Según Gérard Condé, su familia procedía de una larga línea de marineros y oficiales. Cécile Chaminade nació en Batignolles (un pueblo entonces fuera de París) el 8 de agosto de 1857 al pie de la colina de Montmartre. Su madre, excelente pianista y dotada de una hermosa voz, advirtió muy pronto que Cécile tenía un oído asombroso y una viva sensibilidad musical.
En 1863, su padre, director de una compañía de seguros inglesa, Cresham, hizo construir una villa en Le Vésinet, donde la pequeña Cécile conocerá a Bizet, veinte años mayor que él, pero cuya madre se hizo amiga de Madame Chaminade. A los 8 años Cécile ya había compuesto breves fragmentos de música sacra y Bizet, asombrado por las precoces disposiciones de lo que él llama "mi pequeño Mozart", aconseja que la escuche Le Couppey, profesor de piano en el Conservatorio en la clase reservada a las chicas jóvenes. Atónito por sus dones, se ofreció a inscribirla en su clase, pero se encontró con una negativa muy clara del padre: "En la burguesía, las niñas están destinadas a ser esposas y madres..." (Condé, 1980).
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Bizet, 1875 |
Al ver a la madre y a la niña sumidas en la desesperación, Bizet argumenta con más firmeza y consigue que Cécile pueda, no obstante, seguir en privado la enseñanza del Conservatorio, con maestros como Le Couppey para el piano, Savard para la armonía, y de Benjamin Godard en composición (Condé, 1980). Patricia Adkins Chiti añade a Martin Pierre Marsick para el violín (Adkins Chiti, 1995, Capítulo Biografías, p. 304).
Según Jardón: "Aunque pueda parecer un auténtico lujo, y lo era, recibir clases particulares de la flor y nata del París musical docente, lo cierto es que este sistema también tenía sus inconvenientes y ello quizá redundara en perjuicio de la propia alumna. No pudo disfrutar de la competitividad e intercambio de ideas con otros estudiantes, de un abanico variado de profesores, del estimulante ambiente del conservatorio y esto parece que pudo más adelante afectar a su propia capacidad para renovarse estilísticamente, máxime cuando Benjamín Godard, sufrió un problema similar. En este sentido, la propia Chaminade confesaría cierta inseguridad acerca de sus propias cualidades compositivas. Ella misma contaba que cuando terminaba una pieza, la guardaba durante varias semanas en un cajón y que si al sacarla de nuevo le seguía pareciendo aceptable, entonces la enviaba a su editor. No obstante una autoridad en la materia como Marcia J. Citron discrepa sobre este particular y considera que no hubo incapacidad sino renuencia a cambiar de estilo. A lo que podría añadirse que tales dudas siempre denotan una sana autocrítica y que la autocrítica es una de las premisas básicas para la superación personal de cualquier artista" (Jardón, 2007).
Condé señala que la intransigencia del padre en la educación de su hija no le impidió invitar, cada quince días, a famosos compositores de la época. Durante estas veladas tocaban música y Cécile acompañó con gusto a Joseph Marsick, un joven violinista cuya fama creció y que fundó un Cuarteto de Cuerdas en 1877, ofreciendo sesiones de música de cámara en la Sala Pleyel. Fue en una de ellas que, aprovechando un viaje de su padre, actuó por primera vez en público Cécile Chaminade, que tocó Tríos de Beethoven y Widor; la acogida de la prensa fue tan espontánea como cálida, obteniendo, por tanto, gran éxito de crítica y público (Condé, 1980). Recibe el estímulo de Camille Saint-Saëns y Emmanuel Chabrier mientras que Georges Bizet la anima a ir al conservatorio.
Al año siguiente, en 1878, Le Couppey organizó un concierto dedicado a las obras de su joven alumna. Nuevo éxito, que la audición de un Trío en sol menor opus 11 iba a confirmar en 1880. En 1881, en la Sociedad Nacional se interpretó junto a obras de Lalo, Franck y Dubois, su
Suite Orquestal, que se volverá a interpretar en los Concerts des Champs-Elysées, y más tarde por Pasdeloup (
Jules pasdeloup, Orquesta Pasdeloup) en los Concerts Populaires (Condé, 1980). Patricia Adkins Chiti comenta que la crítica le auguraba una brillante carrera, pero desgraciadamente no conseguía encontrar un teatro en el que poner en escena su ópera cómica en un acto
La Sevillana, compuesta en 1882
(Adkins Chiti, 1995, Capítulo Biografías, p. 304).
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Arreglo para dos pianos |
Este hecho es reafirmado por Condé cuando nos indica: "Fue una audición privada en casa de sus padres de una ópera cómica en un acto, La Sévillane, opus 19, el 23 de febrero de 1882, que daría inicio a la doble carrera de Cécile Chaminade como pianista y compositora: ella misma acompaña su obra con gran gusto y se prevé que se estrene en la Opéra-Comique en un futuro próximo. Toda la prensa lo calificó como un acontecimiento, hasta tal punto que La Sévillane fue interpretada en la Salle Pleyel en 1883 y luego en la Salle Erard en 1884, todavía acompañada al piano, y que Pasdeloup dirigiría la obertura en uno de sus conciertos. La obra, sin embargo, nunca destacará (Condé, 1980).
De este período datan pequeñas piezas para orquesta, a veces simples transcripciones de piezas para piano, un segundo Trío, su ballet Callirhoê (uno de los primeros compuestos por una mujer en aquella época), creado en Marsella el 16 de marzo de 1888 con el mayor éxito (posteriormente será interpretado más de doscientas veces, sobre todo en el Metropolitan Opera de Nueva York), su Sinfonía dramática para coros y orquesta Les Amazones sobre un poema de Grandmougin, cuyo estreno tendrá lugar en Amberes el 18 de abril de 1888 al mismo tiempo que el Concertstuck opus 40 que pronto experimentará una extraordinaria popularidad (Condé, 1980).
Isidor Philipp, jefe del departamento de piano del Conservatorio de París, defendió sus obras. Encargado por el conservatorio, el concertino para flauta y orquesta, opus 107, su última obra sinfónica es muy importante dentro del repertorio de flauta ("Cécile Chaminade", noviembre 2021).
Tímida de temperamento, soportaba mal los viajes, Chaminade, impulsada por estos repetidos éxitos, ofrecerá recitales por Francia, Suiza, Bélgica y Holanda. El motivo lo podemos encontrar, según Jardón, en que tras el fallecimiento de su padre en 1887 la composición pasó de ser una cuestión personal a convertirse también en un medio de ganarse el sustento. La mala gestión de su progenitor unida a la posterior división del patrimonio de éste, dejaron a Cécile Chaminade en una precaria situación financiera y de hecho su carrera musical se convirtió en principal fuente de ingresos no sólo para sí misma sino también para su madre. Posiblemente consecuencia de estas circunstancias fuera que a partir de ese momento, y con la notable excepción del Concertino para flauta, encargo de Paul Taffanel para el Conservatorio de París (1902), Chaminade orientará su producción a un repertorio de salón más ligero y también más comercial centrado en obras para piano y mélodies para voz y piano. Fue precisamente este género de obras, para el cual estaba exquisitamente dotada, el que le reportó no sólo una gran popularidad sino también un envidiable éxito de ventas. En una época en que las presiones sociales y familiares limitaban a la interpretación la carrera de la mayoría de las mujeres músicas, Cécile Chaminade fue una de las pocas compositoras capaz de ganarse la vida con la publicación de sus obras (Jardón, 2007). Por tanto, firma un contrato con su editor, garantizándole doce melodías al año, lo que sin duda la ayudará a reconstituir su fortuna pero sin aportar mucho a su gloria como compositora (Condé, 1980).
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Chaminade, 1913 |
Cécile Chaminade es una concertista especialmente apreciada en Francia e Inglaterra. Después de su primera visita a Londres, regresó allí casi cada junio en la década de 1890 para ofrecer un concierto anual, interpretando sus nuevas canciones y obras para piano, contratando a amigos como Blanche Marchesi y Pol Plançon para que las cantaran. Particularmente apreciada en Inglaterra, a donde acudió regularmente desde 1892 e invitada en cada ocasión por la reina Victoria a permanecer en Windsor.
Según Anna Bofill Levi, sus éxitos produjeron demanda de sus partituras siendo una de las compositoras más publicadas del momento y muy popular en EEUU. De hecho realizó largos viajes por América donde se crearon los Chaminade Clubes, las gentes acudían a verla. Se prodigó con la prensa, publicó y recibió varios premios, el premio Jubilee Medal de la Reina Victoria y el Chefekat del Sultán de Turquía en 1901 (Bofill Levi, 2015, Capítulo VI, p. 161).
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Carnegie Hall, aprox. 1907 |
Acerca de estos clubes, Jardón nos indica: "Mientras tanto en Norteamérica comenzaron a fundarse clubs femeninos con su nombre que en 1904 y según una lista aparecida en L’Echo Musical frisaban ya el centenar. El éxito de Chaminade llegó allí a su cenit en el otoño de 1908 cuando accedió finalmente a cruzar el Atlántico para dar una serie de conciertos en los Estados Unidos. Su debut, uno de los acontecimientos de la temporada, tuvo lugar en el Carnegie Hall de Nueva York la tarde del 24 de octubre con un programa que incluía únicamente obras suyas, diez obras para piano y doce canciones interpretadas por la mezzosoprano Yvonne de Saint André y el barítono Ernest Groom, acompañados al piano por la propia compositora. Posteriormente continuó su gira en varias ciudades como Boston, Saint Louis o Philadelphia, en cuya Academy of Music se interpretó a principios de noviembre el Concertstück, lo que supuso una excepción a su habitual repertorio de mélodies y piezas para piano. El triunfo de la gira se vio coronado al ser Chaminade convidada a almorzar en la Casa Blanca por el presidente Theodore Roosevelt" (Jardón, 2007). Condé añade: "En esta ocasión, aquella de la que Liszt habría dicho "Ella me recuerda a Chopin", el anfitrión será Théodore Roosevelt " (Condé, 1980).
En Londres, en noviembre de 1901, hizo grabaciones en gramófono de siete de sus composiciones para Gramophone and Typewriter Company; se encuentran entre las grabaciones para piano más solicitadas por los coleccionistas, aunque han sido reeditadas en disco compacto. Antes y después de la Primera Guerra Mundial, Chaminade grabó muchos rollos de piano (
"Cécile Chaminade", noviembre 2021). Acerca de estas grabaciones menciona Jardón:
"Paralelamente, como complemento a su actividad artística y al igual que otros eminentes intérpretes, se sumó a la gran innovación del momento: la grabación de rollos para pianola y “piano reproductor”. Cécile Chaminade hizo amplio uso de este invento que le sirvió para difundir y respaldar sus éxitos como concertista y como compositora y, de hecho, se conocen numerosas grabaciones suyas, sobre todo de piezas a la sazón muy populares como Elévation, Op. 76 nº 2 o L’Ondine Op. 101. Sin embargo y aunque se trata de testimonios de indudable interés para conocer sus cualidades interpretativas, hay dudas acerca de la fidelidad y por ende de la calidad de estas grabaciones. Reproducen la brillante nitidez, el encanto de su estilo pero quizá puedan pecar de planas, excesivamente lineales, así como de cierta incapacidad de reflejar la distinción de voces o de algunas sutilezas rítmicas, deliciosos rubati, por ejemplo, muy propias de Chaminade. En cualquier caso la pianola tuvo una enorme relevancia como vehículo para acceder a un público cada vez más numeroso y de hecho las obras de Chaminade también fueron grabadas para este ingenioso aparato por otros pianistas como Clarence Adler, Rudolf Ganz, Michael von Zandora o Fanny
Bloomfield Zeisler. Del atractivo de este invento da una idea la sensación que causó en el París en 1910 que Chaminade incluyera en uno de sus recitales la Valse Carnavalesque Op. 73, pieza para dos pianos. La primicia estribaba en que no tuvo necesidad de otro pianista; interpretó sola la exuberante pieza… acompañada por el registro sobre rollos perforados que ella misma había realizado previamente para la pianola. Incluso en los años inmediatamente posteriores a la I Guerra Mundial, cuando su fama ya periclitaba, continuó grabando para este medio como lo demuestran las sesiones londinenses de 1921 en la Aeolian Company para el piano reproductor Duo-Art; junto a su repertorio habitual, incluyó entonces piezas como la Marche Américaine, op. 131, dedicada a Sousa, o la delicada Feuilles d’Automne op. 146" (Jardón, 2007).
Sus giras por Europa la llevaron a Grecia y Turquía y, durante la temporada 1907-1908, ofreció veinticinco conciertos en salas repletas de Estados Unidos y Canadá como ya mencionamos.
Chaminade, como su padre en el pasado, recibió a muchos artistas en su propiedad en Le Vésinet y declaró: "Mi amor es la música, yo soy la monja, la vestal", pero también confesó: "Qué desilusión que en las bodas de los artistas, uno siempre se come al otro ". Aún viviendo sola, contrajo sin embargo un matrimonio "blanco" (debido a su avanzada edad se rumoreaba que el matrimonio era de conveniencia) en 1901 con Louis-Mathieu Carbonel, editor de música de Marsella, divorciado sin fortuna que la dejó viuda en 1907. No quería ni secretaria ni empresario, por temor a recuperar la autoridad paterna que había sufrido. En 1910, la muerte de su madre, que solía acompañarla en sus giras y con la que siempre había convivido, la hundió en un profundo desconsuelo. En 1913 regresó a Londres: una bienvenida triunfal de nuevo, los estudiantes la llevaron triunfalmente (Condé, 1980).
Atendiendo a las palabras de Jardón: "Profesionalmente se encontraba en un momento álgido que se vio coronado con la concesión de la Legión d’Honneur, primera vez que se hacía entrega de este galardón a una compositora. Aún así debe tenerse en cuenta que este premio fue tardío y no exento de ironía toda vez que Chaminade había sido ignorada por la Francia oficial durante más de veinte años. Cuando estalló la Gran Guerra tenía cincuenta y siete años. Durante el conflicto su actividad musical quedó relegada a un segundo plano pues dedicó sus energías a la dirección de un hospital para heridos de guerra. Como recuerdo de los horrores vividos en esos años publicó en 1919 dos de sus más bellos trabajos, Au pays dévasté, op. 155, fantasmal elegía sobre los estragos de la guerra, y la Berceuse du petit soldat blessé, op. 156, evocación de la agonía de un joven soldado lejos de su tierra. A partir de estos años sus apariciones públicas comenzaron a espaciarse y no compuso sino de tarde en tarde. Piezas como la Danse Païenne, op.), el Air à danser, op.) o el Nocturne op.) responden a la serenidad y clasicismo de su último estilo (Jardón, 2007).
En 1925, retirada ya de la escena musical, dejó su casa de Le Vésinet, cercana a París, para establecerse en Tamaris, cerca de Toulon.
Otras fuentes nos indican que después de la guerra, ya no actuará en público, pero seguirá componiendo de vez en cuando. Agotada por las carreras incesantes, descalcificada por los excesos de una dieta vegetariana mal concebida, le tuvieron que amputar un pie en 1936 y se retiró a Montecarlo, donde fue atendida por su sobrina Antoinette Lorel hasta su muerte a los ochenta y siete años, casi olvidada, el 13 de abril de 1944 y donde fue enterrada por primera vez. Ahora está enterrada en el cementerio de Passy en París ("Cécile Chaminade", noviembre 2021).
Legado. Estilo. Obra
Anna Bofill Levi (2015) afirma: "Chaminade fue enormemente prolífica, tiene unas cuatrocientas obras escritas. Sus piezas pianísticas son obras descriptivas con títulos propios de la Belle époque. Un lenguaje armónico diatónico y funcional con frecuentes acordes de color para añadir riqueza expresiva. Las formas son simples y tradicionales siendo la melodía lo más importante, plenamente tonal y elegante...A pesar de sus grandes éxitos y popularidad en su tiempo, Chaminade no ha encajado en la historia de la música y ha sido marginada como si fuera únicamente autora de obras de salón, lo que no es exacto. Como dice Citron, para evaluar a Chaminade tenemos que profundizar en el conocimiento de la esfera doméstica de la sociedad de su época, de sus actividades, sus convenciones y su sistema de valores" (Bofill Levi, 2015, Capítulo VI, p. 162).
Chaminade fue relegada a la oscuridad durante la segunda mitad del siglo XX, sus piezas de piano y canciones en su mayoría olvidadas. Muchas de las composiciones para piano de Chaminade recibieron buenas críticas, pero algunos de sus otros esfuerzos y obras más serias fueron evaluados de manera menos favorable, quizás debido a los prejuicios de género. La mayoría de sus composiciones se publicaron durante su vida y tuvieron éxito. La música de Chaminade ha sido descrita como melodiosa, muy accesible y ligeramente cromática, y puede considerarse que tiene las características típicas de la música francesa del Romanticismo tardío ("Cécile Chaminade", noviembre 2021).
Según Otto Ebel: "La búsqueda extrema y la elegancia de los detalles, así como la franqueza de la melodía y la originalidad del ritmo, son los caracteres distintivos de las composiciones de esta autora. Notamos en todas sus obras la ausencia de lugares comunes, y en nuestro tiempo, hay pocos compositores masculinos, en Francia, que puedan pretender comparar sus obras con las de C. Chaminade y ninguno cuyas composiciones se conozcan tan lejos, y hayan sido interpretadas con tanta frecuencia como las suyas y "de meillure vogue" (Ebel, 1910, Capítulo C, p. 39).
Aunque la muerte de su padre, con la vergüenza que resultaría para ella, ciertamente no estuvo ajena a esto, es difícil saber por qué, después del éxito de Callirhoê (opus 37) y las Amazonas, en 1888, Chaminade no escribió más suites -con excepción, sin embargo, de un Concertino para flauta encargado para el concurso del Conservatorio- solo melodías de estilo "de salón" (su catálogo tiene unas ciento cincuenta) y piezas para piano (más de doscientas) de estilo romántico destacando, en particular, la Sonata en Do menor para piano, opus 21; Estudio sinfónico, opus 28; Six Concert Studies, opus 35 (Scherzo, Automne, Impromptu…); Les Sylvains, opus 60; Arabesco, opus 61; Seis romances sin palabras, Opus 76 (Meditación, Idilio…); Estudio melódico, Opus 118; Pescadores nocturnos, opus 127 (nº 4 de los Poèmes Provençaux); Romance, opus 137; En el país devastado, opus 155; Nocturne, opus 165 (Condé, 1980).
Sin poder detectar una caída significativa en la inspiración, parece que Chaminade se preocupó principalmente por satisfacer a su editor y renovar con páginas recientes el programa de sus recitales, donde sus propias composiciones ocuparon un lugar preponderante, sin esforzarse en evolucionar. Desde sus inicios, con los consejos y ánimos de Benjamin Godard, había encontrado su estilo: una escritura clara, fácil, melódica sin vulgaridades, que recuerda a Mendelssohn, a veces con algunos toques de arcaísmo; los ataques suenan siempre muy claramente como en Liszt o Saint-Saëns. No posee la originalidad de un Chabrier, un Fauré o un Debussy, pero su inspiración no es jamás banal, sin que sea necesario evocar la melancolía a menudo transparente. Por el contrario, la firmeza de los ritmos, podemos decir que es personal. Finalmente, la escritura armónica, si no innova, siempre resulta adecuada; Jugando hábilmente con todo lo que le permiten los tratados, ella se escapa del academicismo, a veces con un toque de coquetería pero también reservándose agradables sorpresas (Condé, 1980).
Por lo que respecta a sus obras para piano, nos indica Jardón, que es innegable la maestría demostrada por Chaminade a la hora de componer para este instrumento. Aunque en un principio puedan parecer relativamente accesibles, se hace precisa cierta destreza para tocarlas toda vez que, amén de determinadas sutilezas, casi todas ellas suelen incluir el obligado pasaje de bravura para lucimiento del intérprete. Los virtuosísticos Études, por su parte, son piezas de concierto y exigen del intérprete un considerable nivel técnico (Jardón, 2007).
Continúa Jardón: La calidad e inspiración de su música, el uso de títulos sugerentes así como una cuidadosa presentación de sus obras, que a menudo incluía la lánguida fotografía de la compositora, llevaron a Chaminade a ocupar un puesto de primera línea entre los pianistas de la época. La obra de Chaminade es reflejo de este mundo y también de sus variados estados de ánimo. La coquetería y frivolidad de Pierrette, Op. 41 y Sous la masque, Op. 116 se alternan con piezas de un exaltado apasionamiento como Tristesse, Op. 104 o el espectacular Étude Pathétique, op. 124. De naturaleza melancólica, su introversión toma a veces tintes sombríos; tal es el caso de Pècheurs de Nuit, Op. 127 nº 4. No obstante si hay algo característico en su obra es esa nostalgia dulce pero sin almibaramiento de Les Sylvains, (los faunos) Op. 60, la bucólica Romance en re, Op. 137 o los Contes Bleus, (literalmente cuentos azules aunque bien podrían traducirse como cuentos tristes) Op. 122.
El exotismo y la evocación de lugares lejanos también encuentran sitio en sus composiciones. No podían faltar piezas de inspiración colonial, como la caprichosa Danse créole, Op. 94 o la Havanaise, op. 57 cercanas por sus ritmos, colorido y sensibilidad a un Gottschalk o un Ignacio Cervantes. Por el contrario, en La Lisonjera, Op. 50, una de sus piezas paradigmáticas, la chispeante Lolita, Op. 54 o La Morena nos ofrece imágenes de bellas andaluzas, llenas de picardía y gracia, seductoramente femeninas, y lo hace sin caer en el tópico, en la estridente españolada de pandereta; más bien, en cambio, se encuentra cercana, aunque con un carácter por entero personal, al primer Albéniz o a algunas zarzuelas de tiempos de la Restauración. Sin duda sus dos Arabesques, op. 61 y op. 92, son también escenas pintadas, en ellas bailan misteriosas odaliscas ante ceñudos sultanes; antes que con las obras homónimas de Schumann o Debussy, bien podrían hermanarse con la moda del orientalismo, tan en boga en Francia durante todo el siglo XIX, con los lienzos de Jean-Léon Gérôme o de Eugène Fromentin, con los cuentos de viajes, y por supuesto con los conciertos que la propia Chaminade dio en lo que entonces todavía era el Imperio Otomano.
Por otra parte, si en trabajos como Autrefois, Op. 87, la Gigue, Op. 43 o la Tocata, Op. 39, miraba hacia el pasado en un ejercicio de historicismo neo-dieciochesco, sus valses, siempre brillantes y ligeros, auténtica especialidad en Chaminade, quedarán como imperecedero testimonio de toda una época, la de los relatos mundanos de Maupassant o la esas soirées en las que se hacía música, tan admirablemente recogidas por artistas como Gaston de Latouche (Jardón, 2007).
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